Por Sofía Irene Velarde Cruz, Mtra. en Filosofía de la Cultura Francisco Rodríguez Oñate nació el 30 de noviembre de 1940 en una antigua casona del centro histórico de la ciudad de Morelia ubicada en la calle León Guzmán. Desde niño se sintió atraído por el arte plástico que contemplaba en diversas publicaciones existentes en su hogar. En la adolescencia, Oñate no perdía la oportunidad de asistir a diversas exposiciones que de pintura tenían lugar en el Museo Regional Michoacano en dónde además llamaban en sobremanera su atención los murales que habían sido ejecutados por diversos artistas de la escuela Mexicana de Pintura. Su admiración hacia Alfredo Zalce, le llevó en el año de 1959 a incorporarse al taller que el pintor tenía en la Escuela de Bellas Artes de la ciudad de Morelia en donde aprendió algunos de los principios básicos de la pintura, sin embargo, en 1960 circunstancias familiares llevaron a Oñate a radicar en la Ciudad de México, en donde comenzó a estudiar con el pintor Antonio Trejo por recomendación de Alfredo Zalce. La estancia de Oñate en la Ciudad de México, coincidió con el surgimiento de nuevas tendencias artísticas con las que experimentó el joven pintor, de manera especial con el arte denominado como neofiguración. No obstante, lo anterior las premisas de la Escuela Mexicana de Pintura cautivaron desde siempre la atención del artista, motivo por el cual, desde la década de 1960 Rodríguez Oñate desarrolló obras con temas que manifestaron contenido social, que se rebelaron en contra de la injusticia y que expusieron hechos desgarradores de la sociedad a través de obras de gran formato y pintura mural. Es importante destacar en la obra de Francisco Rodríguez Oñate su extensa producción gráfica, cuya singularidad la constituyen no sólo los temas plasmados en cada grabado, sino también la utilización de color que el artista aplicó de manera manual y que se constituye como una particularidad que caracteriza el desenvolvimiento de un estilo propio e innovador. En los grabados creados por el artista se advierte en distintas ocasiones la recurrencia de plasmar escenas relacionadas con el pasado prehispánico de Mesoamérica en los que el autor creó distintas escenas en las que se entrelazan los mitos, la fantasía y la realidad, al plasmar figuras de personajes ancestrales en comunión con la flora y la fauna del territorio, bosquejando de esta forma imágenes de animales considerados como sagrados entre los pueblos prehispánicos entre los que destacan el jaguar, el colibrí y el lagarto. Aunado a ello Oñate reveló en innumerables obras mediante la gubia y el pincel diversas facetas sobre la vida de las comunidades indígenas que habitan en el actual territorio mexicano, predominando las escenas que descubren la vida cotidiana de las poblaciones ribereñas de la zona lacustre de Michoacán, permitiéndonos observar sus costumbres, tradiciones y los oficios tradicionales de cada comunidad. Respecto a lo anterior el artista consideraba “Mi quehacer plástico está basado en la riqueza que guardan las comunidades de Michoacán, las que, con un peculiar sentido de ver y entender el mundo o la vida, la ordenan de acuerdo al origen de la antigua civilización mesoamericana”. La maestría de su trabajo revela la pasión y la dedicación que tuvo por su oficio, dominando el arte del grabado, el dibujo y la pintura utilizando los más diversos materiales. Su obra ha sido expuesta tanto en la República Mexicana como en el extranjero, mostrando mediante su muy particular estilo y sensibilidad los colores que envuelven la historia, las costumbres y las tradiciones mexicanas. Hoy, en su quinto aniversario luctuoso hacemos un reconocimiento al artista y al hombre, quien se caracterizó por su sencillez y solidaridad, por ofrecer siempre una sonrisa y una palabra amigable. Su legado artístico queda reflejado en miles de obras que nos muestran diversos rostros de la historia de México a través del color de la tradición. Una parte significativa de su obra puede ser apreciada en la exposición titulada “Herencias de un cazador de sueños: Oñate”, instalada en el Museo del Estado, de la ciudad de Morelia a partir del 19 de marzo.