Por Sofía Irene Velarde Cruz Morelia, Michoacán. 12 de marzo de 2024.-La antigua ciudad de Valladolid de Michoacán destacó por desarrollar diversas muestras artísticas entre las que destacaron la pintura y la escultura de carácter sacro. Por lo que a la imaginería religiosa se refiere sobresale la técnica conocida como caña de maíz con la cual la cultura purhépecha había confeccionado a su vez las imágenes de sus diferentes divinidades. Luego de la conquista, los franciscanos recuperaron la técnica prehispánica y los antiguos artistas indígenas comenzaron a elaborar imágenes representativas del catolicismo, destacando entre ellas las figuras de Jesucristo en diversos momentos de su Pasión y particularmente el de su crucifixión, motivo por el cual la tradición ha denominado a estas imágenes como los cristos de pasta de caña. Las esculturas en caña de maíz elaboradas en el territorio de Michoacán fueron muy apreciadas en diversas regiones del por entonces virreinato de la Nueva España e incluso en la Península Española, entre otros motivos por la ligereza de su peso, tal como lo refirió el cronista Jerónimo de Mendieta, durante el siglo XVI: llevan también los crucifijos huecos de caña, que siendo de la corpulencia de un hombre muy grande, pesan tan poco, que los puede llevar un niño, y tan perfectos, proporcionados y devotos, que hechos como dicen de cera no pueden ser más acabados. De esta manera los testimonios históricos han revelado la presencia de diversas esculturas en caña de maíz en muchos de los espacios de culto de la ciudad de Valladolid y en el obispado de Michoacán. Varias de estas imágenes son conservadas aún en sus recintos originales gozando de la veneración de varios sectores poblacionales, recordando diversas leyendas que se formaron en torno a ellas. Este es el caso de la escultura que se encuentra en el templo de Capuchinas la cual representa a Cristo crucificado. La imagen es de tamaño natural e inclina levemente su cabeza hacia el brazo derecho, reflejando en su rostro la expresión de una muerte tranquila. Su barba denota ser rizada, y se encuentra partida en dos, de acuerdo con la iconografía que de Jesucristo se configuró en la Edad Media. El encarnado de la escultura es oscuro y presenta escasa sangre en el cuerpo. Un detalle notable lo constituye la cruz ochavada en la que descansa la imagen, en la cual podemos observar algunos objetos representativos de la Pasión de Jesucristo, como: clavos, una escalera y un cáliz. Además de ello, en una de las caras de la cruz se advierte la representación de una planta de maíz, elemento que otorga singularidad a la imagen debido a la importancia que ésta tuvo entre los pueblos prehispánicos del territorio y cuya representación iconográfica fue común en varias de las piezas del arte antiguo de México y que persistió en múltiples formas en diversos elementos del arte novohispano, tal como lo demuestra la cruz que nos ocupa y que demuestra el mestizaje artístico que fue característico en el territorio novohispano. La escultura es conocida como el Señor de las Alhajas debido a que durante la época colonial, el templo en el que ahora se conserva la imagen pertenecía al complejo arquitectónico del conjunto conventual de las Monjas Capuchinas, las cuales –de acuerdo con la tradición- depositaban dentro de una peana hueca que se encontraba a los pies de la imagen sus alhajas al momento de profesar, simbolizando de esta forma su renuncia al mundo y a las riquezas materiales, ingresando a una vida mística, y ascética.